2.1.14

Mi experiencia con hechos inexplicables 1

     Como todas las personas, no estoy al margen de experiencias inexplicables para el raciocinio común; es decir, para esa, llamémosle, parte del cerebro que encuentra la explicación del por qué una pieza cuadrada de madera, cabe justa en un agujero cuadrado de las mismas dimensiones que la pieza, y de hecho es cuando este segmento de nuestro cerebro no encuentra una explicación lógica para un acontecimiento que no tiene lugar entre los cánones lógicos existentes preconcebidos por el instinto y la experiencia, que ese musculo empieza a dar explicaciones que se pueden categorizar como sobrenaturales, y es que al no encontrar una justificación para ello, no le queda de otra que apagar la fábrica de razonamiento y empezar a verle forma a las nubes. Así que esta vez le expondré tres experiencias personales terroríficas, que hasta el día de hoy no les encuentro explicación alguna y francamente mi escepticismo no sé si en vez de apaciguar la calma en ese momento que las viví, lo único que hizo fue noquearme las neuronas y cabe decir que hasta la fecha aún no he encontrado una explicación convincente. Por el momento le dejaré solo una, más adelante iré publicando las demás.

     Desde los 4 años me he quedado solo en mi casa, por cuestiones laborales y académicas me tocaba quedarme solo todas las mañanas desde esa edad, hasta que alguien venía al medio día para llevarme al kínder. Mi casa es relativamente grande para ser de El Salvador, tiene 2 plantas y por la forma en que mi papá la construyó orgullosamente con sus propias manos, algunas personas me han comentado que por fuera parece un castillo que en las noches atemoriza verla desde frente y los que la conocen por dentro dicen que parece un laberinto. Lo del castillo lo pongo en tela de juicio, ya que considero que está totalmente fuera de lugar pero en la noche una casa algo grande oscura puede dar riendas sueltas a la imaginación, pero lo del laberinto queda totalmente descartado porque no es nada más que la salida conecta con la entrada por un corredor que pasa por una planta intermedia, unos cuartos y un jardín, y además porque las gradas que bajan a la cochera parecen la bajada a una mazmorra obscura que se ve desde la entrada a la cocina de la casa, pero no hay corredores sin fin o pasadizos secretos. A lo mejor les suene una descripción un tanto escalofriante, y a lo mejor le dé la razón, pero solo se la daré si su edad no pasa los 7 años, de lo contrario si se la imagina escalofriante no es nada más que tiene una imaginación que le gusta verle la cara de asustado. 

     Mi historia inexplicable se sitúa cuando tenía aproximadamente 6 o 7 años, me quedaba solo toda la mañana y en la tarde me iba para la escuela, a veces había alguien en la casa, pero no siempre. Recuerdo que a esa edad, tenía que buscar algún vecino y molestarlo para que me amarrara la cinta de los zapatos porque yo ni eso sabía hacer, de ahí el resto era llevar la camisa de la escuela al revés solamente, pero mi mamá siempre me dejaba la comida y me la comía helada al medio día antes de irme y eso sí, siempre hacía la tarea, sin que nadie me lo pidiera, yo en las mañanas agarraba el libro de lectura y empezaba a leerlo y transcribir las lecciones a mi cuaderno y si en matemática me dejaban que calculara para el siguiente día cuánto es 5 + 6, yo temprano en la mañana estaba escribiendo que era 11. Podrá sonar algo insignificante, pero para El Salvador, un país donde a duras penas se termina el sexto grado y donde existe el abandono de los estudios a temprana edad, que un niño de 6 o 7 años, haga todo eso por su propia cuenta y esté a tiempo todos los días en la escuela, es algo bueno. No quiero decir que es algo de admirar porque es de mal gusto darse piropos uno mismo.

     Esa era mi rutina todos los días, bueno, no todos porque en vacaciones no. En vacaciones me tocaba quedarme solo todo el día en mi casa, me desesperaba mucho cuando llegaban las cinco de la tarde y nadie había llegado aún. Mi mamá me decía que si me daba hambre que fuera a fiar unas pupusas o cualquier cosa que yo quisiera comer a la tienda, algunas veces efectivamente hacia eso y ya comía algo pero me quedaba siempre esa desesperación que a veces me ponía a llorar. Habían tardes en las que el Sol, como ya todos habremos visto, se iba ocultado dejando un color naranja en todo lo que ilumina a su paso. Esos días los recuerdo con mayor enfasis, porque recuerdo como entraba directo ese color naranja por unas ventanas en un cuarto que está a la entrada en el que yo me iba a acostar a su cama, y cada vez que ese sol naranja se posaba en la cama me desesperaba más y era ahí cuando lloraba porque de alguna manera me hacía pensar que ya nadie más iba a regresar y yo me iba a quedar solo en la casa para siempre. Al rato llegaba algún familiar y se me pasaba todo, porque después de todo solo eran los pensamientos desesperados de un niño atemorizado.

     Pero hasta este punto, no he hecho referencia a lo que quiero contarles. Y es que después del mediodía, cuando ya había almorzado, me gustaba ver televisión como a cualquier niño. En Nickelodeon, pasaban a la una de la tarde, un programa llamado “¿Le temes a la oscuridad?”, a mí me gustaba verlo pero siempre terminaba asustado. Me imaginaba que de las gradas de la segunda planta iba a bajar una especia de mujer pálida para hacerme daño vestida de blanco con atuendos como los que la iglesia católica le otorga a la virgen María, o me imaginaba que cada vez que entraba a mi cuarto el cual es bien obscuro ya que no tiene ventanas exteriores, me estaba observando ese espectro esperando que tropezara en ella antes que mis dedos tocaran el interruptor de la luz, porque vale decir que no está en la entrada sino que hasta el fondo junto a mi cama. Pero bueno, ese cuarto lo sigo manteniendo casi 20 años después y nunca me ha visitado ese fantasma pálido de blanco al que tanto le temía. Así pues, al tiempo dejaron de pasar el programa pero yo ya había quedado con eso de andar con miedo a esa hora de la tarde. 

     Recuerdo una vez, yo no estaba viendo televisión, estaba haciendo limpieza, ya que como pasaba solo todo el día como ya lo dije, lavaba los trastes que ensuciaba y barría y trapeaba la casa. Eso es algo que sigo haciendo todos los días hasta la fecha. Un día yo tenía una extraña sensación de terror, la casa estaba en completo silencio y yo acababa de hacer la limpieza en la cocina, y yo sentía que en ese cuarto algo andaba mal, así que salí rápido y me metí en otro cuarto a hacer limpieza ahí. Una vez ahí me relajé y terminé de hacerla, y salí, pero me llevé una sorpresa, una sorpresa que les aseguro que a mis 24 años la tengo bien clara en mi mente porque no sé cómo ocurrió. Salí de ese cuarto y en la entrada de la cocina estaba una silla bien puesta, en dirección hacia el cuarto en que yo me había metido, como si alguien hubiera estado sentado viendo en dirección a la puerta esperando que yo saliera. En el momento que vi eso, no recuerdo si volví a entrar al cuarto o me metí en otro, pero el miedo que sentí aún lo recuerdo hoy en día. A los minutos salí de donde me encontraba porque no me pensaba quedar ahí hasta que llegara alguien y me acerqué a la silla y la llevé a su lugar correspondiente.

     Nunca me volvió a pasar nada similar, pero a mis 24 años, aún no encuentro explicación lógica alguna que me permita saber qué hacía esa silla ahí. No vi ningún espíritu, tampoco escuché voces de ultratumba, pero ver como un objeto inanimado yacía en un lugar en el que yo no lo había dejado ahí, me causó una gran impresión.